De entre todos los secretos de la Piratería, pocos se han mantenido ocultos tanto tiempo como la leyenda las Ruinas de Ëarost. Se sabía que piratas y corsarios de los mares de Argentum solían rondar por los alrededores de la mítica Isla Pirata, una pequeña masa de tierra cuyas costas forman una figura de un cráneo con sus características tibias cruzadas. Muchas veces las flotas de la Armada persiguieron a bandidos de los mares, cargados de tesoros y valores robados a inocentes barcos mercantes, hasta el corazón mismo de esta isla… … Pero jamás conseguían dar con ellos. Los piratas, ante la incredulidad de la Armada, simplemente desaparecían en el aire. Los más veteranos miembros de las tropas de Tancredo se tomaban esta situación muy en serio, pues no les hacía gracia ser engañados por la escoria de las aguas. Los más jóvenes escuderos, sin embargo, nuevos en sus misiones con los guerreros de más experiencia, sentían fascinación ante este fenómeno tan inusual. ¿A dónde iban los Piratas? ¿Dónde podrían esconder tantos tesoros? Las ideas más fantásticas se formaban en sus mentes, y a pesar de ser regresados a la realidad por la voz de sus mayores, los más jóvenes gustaban de narrar estas historias como anécdotas de gran interés para quien estuviese suficientemente cerca para escuchar el relato. Historias que se contaban entre jarra y jarra de cerveza en los bares… Historias que pronto se hicieron leyendas. Y cuanta más fuerza cobraba la leyenda del misterio de Isla Pirata, más reían los piratas ante los efectos de dichos cuentos. Porque los piratas sabían la verdad tras la leyenda. ¡Y qué simple que era! O Así parecía a simple vista. Lo habían descubierto por mero accidente, cuando la isla era todavía un misterio para la mayoría de la población, cuando los primeros bandoleros de las aguas buscaban algún refugio seguro para ocultarse, pues sabían de antemano que sus futuras fechorías atraerían la atención de las fuerzas de la Armada. La isla les resultó atrayente desde el primer momento, aún sin saber nada de la forma que trazaban sus costas o pequeños lagos internos. Aquella primera banda de piratas se encontraba explorando el centro de la isla cuando decidieron descansar. Uno de ellos, al reclinarse sobre una pared rocosa, descubrió que tras aquella pared cubierta de enredaderas se ocultaba la entrada a una cueva. Esto atrajo de inmediato la atención del capitán, quien ordenó preparar algunas antorchas para explorar el interior de aquel descubrimiento. Tal vez, pensaba, con un poco de suerte, esa cueva podría ser justo lo que buscaban… ¡Y lo era! Tan pronto accedieron a las profundidades de la Isla Pirata, aquella banda de rufianes dio con el más grande tesoro jamás descubierto: un escondite; un escondite perfecto para sus propósitos. Se observaban pasillos y columnas trabajados por laboriosas manos de antaño, vestigios de una civilización cuya gloria pareciera haber sido tan grande como el enigma de su caída; tras la humedad, hongos y otras suciedades, los grabados se distinguían con poderosa expresión, pero un diseño que los piratas conocían bien se destacaba por su repetición y estridencia de entre los demás, un Kraken de la marea. A su vez, tras unas densas ramas de hedionda vegetación se asomaban imponentes los caracteres de una palabra en lenguas antiquísimas: “Ëarost”, cuyo significado se lee «Fortaleza del Mar» y que los piratas, viejos conocedores de las lenguas del mundo, no tardaron en descifrar. Pero a la mayoría poco le importó realmente, en ese momento, lo que hubiera sido o dejado de ser en aquella trabajada cueva y menos aún las razones de su caída, ya que quienquiera que se atreviese a seguir vivo allí dentro, pronto dejaría de existir a mano de sus espadas y estoques, y los tesoros allí expectantes, serían suyos. Aún así el suspenso de cada paso agitaba los corazones de los intrusos, y el capitán observaba…atento. Cuanto más exploraban aquel lugar, más se entusiasmaban al darse cuenta de todo lo que habían hallado: la cueva en sí misma era el tesoro más grande. Muchos pasillos estaban inundados, y la humedad en aquel lugar era tremenda, casi todo el aire apestaba a moho. Para un pirata, sin embargo, tales cosas no son más que bienvenidos en sus vidas, pues el mar es su amor y del mar se alimentan. Pero por cada alegría, una desgracia debía existir. Al explorar los pasillos de lo que habían denominado inconcientemente Ruinas de Ëarost, por el evidente pasado que las estructuras antiquísimas denotaban, dieron con algunas criaturas marinas. Esto no sorprendió a los piratas, pues era obvio que aquel lugar se había vuelto un hábitat para muchas especies. Decididos a tomar el lugar como suyo, los piratas les dieron muerte, reclamando el tesoro en forma de escondite. Los gritos y chillidos de dolor de aquellas inocentes criaturas resonaron en todos y cada uno de los laberínticos pasillos húmedos de las Ruinas, y cuando el silencio reinó al ser traído por la muerte, otro sonido provino desde las más profundas de las profundidades. Un chillido estridente, alarmante, aterrador. Un bramido de furia, de indignación. Todos los piratas, desde el fregador de cubierta hasta el propio capitán, todos ellos intercambiaron miradas de pánico, pues acababan de recordar una leyenda propia de ellos, y referida a un ser, una criatura, una manifestación de los más horrendos mitos de los mares: Cuando el mar fuese castigado por la mano del hombre. Cuando las criaturas que lo pueblen fuesen despreciadas, aniquiladas sin razón. Cuando el hombre desprecie las olas, insulte a las aguas y se burle de los vientos salados… ¡Cuidado! ¡Cuidado, les digo! ¡Cuidado, piratas!, que habrán despertado la ira de los abismos azules. ¡El Kraken! Y allá, allá al fondo, más lejos de lo que la oscuridad permite ver, en algún extremo hipotético de uno de los pasillos más grandes y menos explorados del escondite, algo vuelve a chillar; más fuerte, más furioso. Y un temblor sacude las Ruinas, y otro, y otro, y luego otro más. Y los piratas, aterrados, comprenden lo que se acerca. Ahora sí prestan atención a las paredes y esa sensación de una ruina estrepitosa y violenta que se ahoga en los propios llantos de locura, dolor y desesperación, ¡y esos grabados en las paredes! cuyas miradas penetrantes atraviesan sus mentes y encojen sus corazones. Deciden huir, correr para salvar las vidas. Dejar atrás el botín, volar, si es posible, a la superficie. Pero el Kraken es más veloz… y con infinitamente menos piedad. Tentáculos se cierran en las piernas de los últimos en huir, y los gritos de desesperación sólo consiguen asustar más a los que van delante. Y el capitán de repente corre solo, todos los suyos han desaparecido, pero ya no le importa: allá se ve la luz… el final del túnel… la salida, la bendita salida… Algo le jala la pierna. La luz se aleja… se aleja… El capitán grita, grita, grita, pero da igual cuánto rueguen sus pulmones, la luz de la salida, del cielo azul y mar resplandeciente, no hace más que alejarse… alejarse… alejarse… Ha pasado tiempo… Mucho tiempo. Los piratas tienen un código. Y una base. La base es la Isla Pirata; el código es nunca revelar sus secretos, y jamás traicionar al Capitán. La Armada sospecha algo. Demasiados barcos piratas por aquella zona, todos alrededor de la isla del mismo nombre. ¿Y qué hay de aquellas barcas fantasmas? Las criaturas marinas también están más activas. Algo se está preparando, se puede sentir en el aire salado. En el interior de las Ruinas de Ëarost, en lo más recóndito de sus pasillos, el Capitán Pirata permanece sentado en su trono improvisado. El Kraken le ha dado una oportunidad. Le ha otorgado facultades. Le ha brindado el Control de los suyos. ¿Piedad, quizá? ¿O tal vez el Kraken vio algo en aquel hombre que valía la pena explotar? Las criaturas marinas se han multiplicado en el interior de la caverna; muchos piratas han aceptado los pasillos subterráneos como su hogar cuando no están haciendo de las suyas en el mar… Pero, a la vez, todos prefieren enfrentarse a las flotas de la Armada antes que permanecer ocultos en aquellos pasillos húmedos e inundados, con el suspenso de esas paredes expectantes, que recrean con sus grabados en la mente de los piratas la imagen de aquella bestia terrorífica… Algo flota en aquel aire enrarecido. Un aura de venganza milenaria y poder descontrolado. ¿Proviene del Kraken, ahora activo y vigilante en los pasillos? ¿O es acaso el Capitán Pirata, silente y mortal? Nadie lo sabe, y tampoco nadie desea descubrirlo. «Abrid la entrada a las Ruinas de Ëarost” anuncia el Capitán. Sus dientes amarillos se destacan en una sonrisa de maldad contenida. «Dejad que vengan. Dejad que nos encuentren. El Kraken aún pide víctimas…» Tancredo recibe las noticias de sus barcos exploradores. Se dice por ahí que algo ha ocurrido en la Isla Pirata. Se ha descubierto una nueva caverna…. Pero hay algo en esa información que pone inquieto al nuevo Mariscal. Hay algo en las Ruinas de Ëarost que no le gusta para nada. ¿Descubrirá sus peligros… antes de que sea tarde? |
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